Esta serie de
televisión o te gusta mucho o te parecerá horrorosa. El creador Aaron Sorkin
acostumbra a contar historias en las que todo, o casi todo, son diálogos.
Apenas hay acción. Todo parece teatro filmado. Y habitualmente las historias se
plantean entre demócratas muy buenas personas y republicanos realmente
perversos (el ejemplo más evidente de esto fue su famosísima El ala Oeste de la Casa Blanca).
Incluso, como sucede en Newsroom,
cuando el protagonista es un republicano, es el republicano bueno frente a
todos los otros republicanos, los del Tea Party, que son perversos.
La segunda
temporada transcurre durante la campaña electoral de los candidatos
republicanos, pero los últimos capítulos, mediante una elipsis, se centran en
la noche de las elecciones generales, con la victoria de Obama. La trama
principal está relacionada con una supuesta primicia periodística (el supuesto uso,
por parte de las Fuerzas de Estados Unidos, contra afganos de armas químicas
prohibidas) y las consecuencias profesionales de todo ello para los
protagonistas –en realidad, al final no pasa nada. Todos son estupendos y gente
noble, con principios y tal.
Mientras todo
esto pasa, asistimos a las relaciones personales de los personajes. Todos
tienen amores y desamores. En realidad, la mayor parte de la temporada está
dedicada a esta cuestión. Es como si toda la fuerza crítica que hay en la
primera temporada se hubiera desleído en medio de los sentimientos más puros.
Es posible que, debido a ello, muchos se hayan sentido decepcionados. Es
posible. Sin embargo, si te gustan los diálogos de Sorkin disfrutarás, y mucho.
Y es que lo mejor de este guionista, que ya triunfó como tal en la famosa serie
El ala oeste de la Casa Blanca, son
sin ninguna duda, sus diálogos. Son rápidos, inteligentes, llenos de
sobreentendidos, ingeniosos, con dobles sentidos. En fin, son brillantes.
De la primera
temporada muchos se quejaron de que no hubiera consultado con nadie la
escritura de los guiones. Sabemos que grabó todos los capítulos antes de que el
primero se emitiera por televisión, y que apenas dejaba ver a nadie la
grabación, y todo el equipo había firmado un contrato de confidencialidad, con
ello se evitaba tener que sufrir las críticas y los consejos de los que saben
de cine y televisión. Posteriormente, afirmó que no quería verse influido por
nadie. Si triunfaba, triunfaba él; si fracasaba, fracasaba él. El resultado fue
desigual, a mi parecer. Por un lado, había un personaje muy bien trabajado, el
presentador de televisión Will McAvoy (Jeff Daniels), junto a otro personaje, relativamente bien
trabajado, la productora de las noticias, Mackenzie McHale (Emily Mortiner). El resto eran personajes en
los que se había desarrollado un rasgo, y nada más. Al principio, todo era
maravilloso puesto que todos estaban mostrándonos ese rasgo, en medio de
diálogos inteligentes, ingeniosos, rápidos, brillantes sin ser pedantes. En
fin, muy bien. Pero, a medida que la serie transcurría, que los hechos se
sucedían unos a otros y que nos acercábamos al desenlace final, los capítulos
se volvían algo repetitivos. Incluso los dos personajes mejor perfilados
parecían algo acartonados, como si les faltara aceite en las articulaciones.
Daba la sensación de que con siete capítulos hubiera sido suficiente.
El caso es que
la serie fue un éxito (a mí me gustó mucho, a pesar del enorme tufillo político
que despedía), y a muchos les entraron verdaderos deseos de convertirse en
periodistas —yo estoy entre ellos.
Ahora ha salido
la segunda temporada. Y tenemos más de lo mismo. Si te gustó la primera, te
gustará la segunda, aunque un poco menos, o tal vez un poco más. Parece que
Aaron Sorkin ha escuchado a la gente que, se supone, sabe de cine y televisión.
El resultado es una segunda temporada algo más mediocre en comparación con la
1ª, pero no inferior a la mayoría de las series que uno puede ver en la tele. Sigue
habiendo crítica política, pero mucho menos –al fin y al cabo, ya quedó claro
en la 1ª quiénes son los buenos y quiénes los malos–; se incide en los mismos
aspectos, a saber: los republicanos han sido conquistados por una banda de
locos fanáticos que están destruyendo el partido y, por extensión, el país. Sobre
Obama, al igual que en la primera temporada, no hay ni una sola mala palabra.
Esto me ha resultado algo extraño. La serie se desarrolla durante los meses que
dura la campaña electoral de los precandidatos republicanos; luego, hay un
salto a la noche electoral para asistir a la 2ª victoria de Obama. Durante todo
ese tiempo, 2011-2012, se nos muestra una imagen del Presidente como la de un
verdadero salvador. Digo que es extraño, dado que en estos momentos Obama es
visto como el peor presidente de Estados Unidos desde la 2ª Guerra Mundial,
peor incluso que Bush hijo. El tono ingenuo hacia la Casa Blanca chirría bastante.
En cualquier caso, la trama política es mínima (cuando en la primera temporada
ocupaba el centro de la serie). Lo importante ahora son tanto la supuesta
primicia periodística como las relaciones humanas, sobre todo de amor, entre
los diferentes personajes. Se pone mucho énfasis en la relación profesional y
de amor de la pareja protagonista. Hay otra historia paralela, la de la chica
rubia [NOMBRE]: tiene una experiencia traumática en África que la dejará en
estado de shock emocional durante algunos capítulos. Luego hay una elipsis, y
nos situamos en la noche electoral. Todos los problemas que durante varios
capítulos habían formado el cogollo de la serie han desaparecido. El mundo es
maravilloso, y todas las parejas son felices, y los que no tienen pareja son
también felices porque han encontrado el equilibrio emocional, y Barack Obama
gana de nuevo las elecciones. Todo esto es bastante mediocre y cursi, pero si
has llegado hasta los capítulos finales, te dará igual lo que Sorkin haga con
tu coeficiente intelectual. Simplemente, te emocionarás como lo haría una ama
de casa viendo el final de un culebrón de sobremesa.
En fin, si te
gusta Aaron Sorkin, te gustará la serie; y si no, no pierdas el tiempo. El caso
es que al acabar de ver la 2ª temporada me volvieron a entrar ganas de hacerme
periodista. Es un trabajo que mola.
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