Parece
que en la crisis no todo está siendo malo. Tengo la impresión de que ha hecho
que la gente del cine tenga algo más de humildad, como si se hubieran dado
cuenta de que no son el centro del mundo. No sé, es sólo una impresión, pero lo
que sí sé es que hacía tiempo que no me emocionaba tanto con una película
española.
La
película es la historia de una señora mejicana, un adolescente y una mujer, que
no quiere salir de casa desde que su compañero de un grupo musical murió (éste es
el punto de partida). A lo largo de los 90’ sabremos qué clase de relación
mantienen los personajes y por qué su compañero murió, entre otras cosas.
Junto
a este trío que forman los protagonistas moviéndose dentro de los límites de la
casa, hay algunos elementos muy interesantes. Uno: los otros dos personajes,
que aparecen para cambiar sus vidas: el compañero muerto, y un guitarrista que
los scouts “contratan” para tocar su canción en el festival. Los dos, cada uno con
funciones distintas, harán, como los motores de un cohete lanzado al espacio, que
los acontecimientos se sucedan uno detrás de otro. Dos: las tartas y unas
botas. Estos elementos son más sutiles, por lo que, desde mi punto de vista,
merecen una explicación. En la Teoría de
la narrativa, de Mieke Bal, se nos cuenta que una de las estructuras
básicas de las narraciones, según los personajes, es aquella en la que hay un
elemento que hace que la acción avance. No es un mcguffing (que es una excusa
para contarnos una historia). Este elemento puede ser un objeto o una idea, o
incluso otro personaje. Puede estar con un personaje, pero puede pasar a otro
sin problemas, y luego volver, etc. Sirve, como los dos personajes que hemos
nombrado, para que la historia progrese. Ese elemento encierra en sí mismo una
serie de valores o ideas, símbolos, lugares, que se irán manifestando a lo
largo de la historia, dando unidad a la misma, cohesionándola. Así, si nos
centramos en las tartas, que son de manzana, son el lugar en el que la
protagonista, Lupe, se refugia para no enfrentarse al dolor. Luego, son de
chocolate, y el personaje ya no puede refugiarse en ellas. Además, se caen sin
querer al suelo, o alguien las tira. Pero hay más: al comienzo de la película
vemos cómo elabora la masa, y trocea las manzanas. A medida que transcurre la
película vemos los diferentes procesos de elaboración de las tartas. En las
secuencias finales, lo que vemos es cómo cierra las cajas en las que están las
tartas ya elaboradas. Se podría decir que la película dura lo que la
protagonista tarda en hacer una tarta de manzana. Y, teniendo en cuenta la
historia, se podría decir que lo mejor de elaborar tartas de manzana es que
vale la pena intentarlo. El otro elemento son las botas: quien las lleva se
siente liberado, vivo. Es muy interesante ver cómo la cámara se esfuerza por
mostrarnos constantemente el calzado de los personajes, o sus pies. Las botas
las suele llevar el compañero del grupo musical. Las botas es lo que hace que
caminemos. Nos da la fuerza necesaria para seguir adelante.
Hay
algo en toda la historia que me maravilla. Es la mezcla de la música ochentera;
la interpretación de los actores y actrices; los diálogos tan sencillos, sin
frases impostadas, creíbles; el ritmo narrativo; los movimientos de cámara; la
luz que hay en la calle, y la que entra por las ventanas. Todo ello junto crea un
ambiente de armonía, agradable, positivo, de sosegada esperanza. Por supuesto,
hay momentos tensos, dramáticos. Pero, podríamos decir que, en general, es una
película en la que el amor triunfa, aunque esto suena muy cursi. En realidad,
lo que triunfa es la idea, fundamental, del amor de las personas que te quieren
y que confían en ti, y que son tu familia. Es una hermosa película, sin
pretensiones. Sencilla y profunda. Sutil y llena de esperanza.
Dejaremos
para otro día la idea de la muerte.
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